jueves, 28 de julio de 2011

¿En qué estará pensando Alexis?

Lo midieron y pesaron tantas veces que perdí la cuenta; así como se pesa el oro o el ganado, lo revisaron como producto o “bien de consumo” concepto tan de moda estos días. Seguro miraron con detención su dentadura, para configurar una escena similar a la venta de un esclavo, aunque hoy con honorarios desproporcionados para el mundo, para Barcelona y para Chile. Una compra con todas sus letras, la escena me incomoda, se comercializa el talento y el cuerpo. La imagen es anacrónica, impacta, pero no nos provoca, estamos acostumbrados a ella y nadie la cuestiona.


Trato de situarme en su cabeza, ejercicio que para una mujer frente al cerebro de cualquier hombre requiere de mucho esfuerzo, y siento esa mezcla de nerviosismo y ansiedad. Imagino que pensaba mientras los electrodos rodeaban sus brazos: “tengo que demostrar cuanto valgo”, “soy el mejor”, “viva Tocopilla”, “viva Chile”. Frases que implican un peso que no deja margen de error ante la autoexigencia.
Alexis llega a Cataluña, una comunidad que no se siente española, que protege su lengua, que obliga a extranjeros a hablarla para ser parte. Sánchez, de pocas palabras, tendrá que incorporar el verbo en función de su rol. Una comunidad futbolizada como pocas, que se entrega frente al talento, pero que también juzga con fiereza a quien no rinda como esperan. España está en una encrucijada, el desempleo juvenil llega al 45 % y la realidad de los “indignados” amenaza aún la estabilidad de la península. El fútbol es opio y negocio, por lo mismo la exigencia de parte del público frente a sus gladiadores es suprema, todos estarán mirando a Alexis, ojalá pueda superar esa presión desbordante. Sumemos a eso mantener un buen estado físico, adaptare a una nueva cultura y todo en función de rendir en la cancha. Adaptarse no es sencillo, cualquiera se estresa ante un nuevo trabajo.
Como a un ser querido que parte en busca de un mejor futuro, al orgullo de Tocopilla hay que apoyarlo, sin alimentar dudas, ni comparaciones odiosas. A fin de cuentas Sánchez tiene talento de sobra y algo más que lo caracteriza, desborda alegría; no son sólo sus pies los que hacen que valga cada peso, el niño maravilla es dueño de una sonrisa, de una marca de alegría que vale millones de euros y que ahora en las ligas mayores de seguro cautivará al mundo entero.

lunes, 18 de julio de 2011

Copa de Greda

Una vez más el fútbol se tomó la agenda pública. Los cambios de gabinete y la continuidad del movimiento estudiantil quedaron en pausa, a la espera de un resultado positivo de la selección. Una vez más pasamos de la ilusión desmedida, a la completa desolación producto de la derrota. Reconozcámoslo: somos absolutamente bipolares para vivir el fútbol.

El partido del domingo me pilló en Pomaire. Entre cacharros de greda y empanadas de pino gigantes, viví el encuentro que, por desgracia, nos dejaría fuera de la Copa América. El ambiente previo, era de confianza total. En la estrecha calle que transforma este sitio en un punto turístico, la oferta para almorzar es abrumadora. Escogí un boliche, pintoresco como todos, y me instalé. El local estaba lleno de brasileños atentos al televisor, que sufrían y gritaban desconsolados. Como buenos chilenos, pícaros y bromistas, festejamos los goles paraguayos como nuestros, con la intención básica de irritar a los compatriotas de Pelé. Una burla que ante los molestos ojos de los "paulistas" cercanos a mi mesa, sería presagio de nuestro propio drama.

El resultado nos dejó más aliviados: Brasil fuera del campeonato, nada menos que nuestra bestia negra. El título se veía más cercano que nunca, la suerte por fin estaba de nuestro lado y no quedaba nada más que prepararnos para disfrutar del triunfo, aunque nadie se imaginaba que por creernos grandes, viviríamos al igual que Brasil y Argentina nuestro propio calvario.

El himno se escuchó al unísono en todo Pomaire, un patriotismo que dejó con la boca abierta a los cientos de brasileños. A estas alturas, sin duda, los chilenos somos los más ruidosos de toda América, al menos ese título lo hemos conquistado; de chilenitos tímidos pasamos a chilenos intensos. La transmisión televisiva aprovechaba de fundir las caras de los emocionados cantantes de la galería, con la inmensa bandera chilena puesta sobre el Estadio Bicentenario de San Juan. A las 18.24 horas sonó el pitazo inicial. Sólo pensábamos en el triunfo. En Argentina, en todo Chile, incluso en Pomaire nos preparábamos para celebrar.

Luego del primer gol de Venezuela, a mi alrededor, la gente, empanada en mano, pedía a gritos que ingresara Valdivia, que sacaran a Jiménez, que soltaran a Sánchez, que despertara Suazo, que volviera Bielsa y que ocurriera un milagro. Pero como ya sabemos, no pasó.


Borghi masticaba un chicle eterno, mientras los rivales hacían todo lo posible por alargar el encuentro que ganaban con soltura. Los ánimos bajaban naturalmente y este chileno “fanático entusiasta” se convertía ante mis ojos en un “fanático depresivo”. Alegatos que rezaban “lo de Sudáfrica fue un sueño, estamos despertando”, “volvimos a lo de siempre: jugar bien y perder igual”, “ese arquero #@@%& tiene un imán en las manoooos!!” y me sumé al “convoquen a Johnny Herrera”, entre muchos gritos desesperados llenos de instrucciones, de esta suerte de director técnico que vive al interior de todos.

El resultado tiró por la borda todos los planes de fiesta de esta semana. Los cientos de asados para esperar la semifinal, las apuestas, las promesas, todo se esfumó ante la paradojal vino tinto.

A esta hora ya deben ser muchos los chilenos que están de vuelta luego de la odisea para llegar a Argentina. Un retorno amargo que derrumbó en 90 minutos la ilusión de todo un país.

Otros, como yo, volvíamos del cercano Pomaire, con un chanchito de greda que, extrañamente, ahora lucía ojos tristes, y hasta me parecía más pequeño que cuando lo había comprado un par de horas antes. Inevitablemente el partido nos echó a perder el día, la semana, el mes y hasta la ilusión de por fin este año ganar de verdad un título con la selección.

Para mi sorpresa, en el peaje de ingreso a la capital, el chico que atendía me entrega el vuelto y me dice “habrá que esperar al mundial Brasil 2014, ahí si pueeeees!” Bueno, la esperanza me conmueve, finalmente vivimos de ella y no sólo en el fútbol. Aquí vamos de nuevo… pensando ahora en las eliminatorias y como siempre llenos de esperanza.